La respuesta a sus interrogantes se presentó a partir de la muerte del patólogo Jakob Kolletschka, quien fue herido por el escalpelo de un estudiante de medicina durante una autopsia practicada a una mujer que había fallecido por fiebre puerperal.
El cuadro clínico y los hallazgos forenses en el cuerpo de Kolletschka coincidían con los hallazgos de mujeres fallecidas por fiebre puerperal.
Esto lo llevó a detectar que los estudiantes de medicina, después de practicar autopsias, atendían a las pacientes puérperas sin lavarse las manos.
Por lo anterior diseño una estrategia basada en la colocación de un lavabo entre las salas y la aplicación de una técnica de higiene de manos empleando una solución con cal clorada (la cual fue elegida por sus cualidades para combatir los olores emanados de los cadáveres); esta práctica se ejecutaba posterior a la disección de cadáveres y antes de la atención obstétrica.